19.4.05


Gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos.

14.4.05

Interludio I

En otro lugar, en otro momento, unos ojos que se abrían por primera vez. Reflejos (verdes) recibieron a la recién llegada al mundo, como diciéndole "bien, aquí estamos, coge mi mano para guiarte por estos parajes". Poco importaba que, lejos, a dos mundos y un ayer de distancia, el viajero buscase a Valiente en una playa aún sin nombre. Para la niña del sol de invierno, el universo era unos ojos que se abrían por primera vez.

8.4.05

V

Se dedicó a caminar de noche por la arena, los pies descalzos; la cabeza, alta; la marea, miedosa. Empezaba a pensar que era la única persona en aquél mundo al que había llegado, fuera cual fuese. Cuando la idea de darse por vencido era ya una ola más con su vaivén intermitente, casi tropezó con unas letras escritas con torpeza en la arena:

VIAJERO, VALIENTE YA PASÓ POR AQUÍ

El viajero no sabía quién era Valiente, pero una certeza le abordó y le sorprendió: hasta entonces, pensaba que quería encontrarse con alguien, saber que no era el único. Pero ante la inscripción, descubrió que no quería seguir un camino ya recorrido por otros. Se dio la vuelta, y regresó por donde había venido.

Llegó hasta el punto de donde partió, y siguió. Más allá. Más.

6.4.05

IV

Pero, llegado el momento... ¿sabría formular las preguntas?

5.4.05

III

Se tumbó en la arena, la vista cansada, la memoria rendida. El ruido de las olas le llegaba en verso a los oídos, se convertía en espuma en su cabeza y se retiraba, pies abajo, dejándole una sensación de espacios en blanco bajo la nuca. Durmió.

La noche le despertó en forma de marea alta, mojándole las piernas con la misma cadencia con que el oleaje le había dormido horas atrás. Horas... tenía una sensación extraña al pensar en el tiempo. Quizá, pensó, al estar muerto es lo que ocurre. Pero... ¿lo estaba?
Lo mejor sería reemprender el camino... buscar respuestas.

1.4.05

II

Se despertó sobre arena de playa. Al principio, todo lo que vio fue luz blanca, hasta que sus ojos se fueron acostumbrando a la claridad. Lentamente, se incorporó y miró a su alrededor: olas, a un lado; dunas, al otro. Detrás de éstas, lejos, montañas.

Se llevó una mano a la sien. ¿Cómo había llegado allí? ¿Desde dónde? Ya puestos... ¿quién era?

Trató de recordar. Pero su único recuerdo nítido era una mancha roja delante de sus ojos, cubriendo todo su campo de visión.

A falta de otra cosa mejor que hacer, echó a andar. Caminó durante lo que le parecieron horas, forzando la vista y la memoria. La primera, porque no quería admitir que estaba completamente solo. La segunda, porque no quería aceptar que el único recuerdo que le quedaba era, según empezaba a comprender, el del momento de su propia muerte.